El exceso de información ya es obra de deformación.»
FACUNDO CABRAL
Muchas personas afirman que ante la actual situación de confinamiento vamos a crecer como seres humanos, que seremos una sociedad mejor, que evolucionaremos, que esta experiencia nos va a hacer mejores personas. Sin embargo, hoy más que nunca se sabe que sin emoción no hay aprendizaje. Hasta ahora las pruebas nos han demostrado que somos una sociedad que, saturada de información, no aprende nada. ¿Por qué? , porque si la información siempre se da como respuesta a la pregunta equivocada estamos condenados a vivir en la ignorancia.
Ante la actual situación de confinamiento, contagio, colapso, pandemia … la pregunta a la que más se nos responde cada día es: ¿Cuántos fallecidos hay? ¿Cuántos infectados?
El único modo de encontrar una buena respuesta, una respuesta que nos haga crecer como personas es ser capaz de acertar con la pregunta y quizá estas preguntas no sean las adecuadas, pero si éstas no lo son qué pregunta es la que deberíamos hacernos para ser más humanos, para que esta situación pueda sacar algo bueno de nosotros.
Si tenemos que saber si la situación es preocupante, el único dato importante es el que responde a aquella bella poesía de Becquer, que como si fuera una ironía de la vida se titulaba: «Al ver mis horas de fiebre…», el autor se hacía varias preguntas y ésas son las únicas preguntas adecuadas, pero de ellas hablaremos más tarde.
Debemos entender para qué las personas nos hacemos las preguntas que nos hacemos, para qué damos la información que damos, para qué buscamos la información que buscamos, para qué esa y no cualquier otra.
Los datos de fallecidos e infectados nos alertan, pero estos mismos datos por gripe común de cualquier otro año nos calman. La información que nos alerta tiene un PARA QUÉ y la información que nos calma justo el contrario. El gobierno nos alerta para que cumplamos las normas y quizá también para que nos preparemos para una recesión económica que nos haga comulgar mañana con ruedas de molino, pues todos sabemos que si pensamos que nos va a faltar algo nos tiramos a por ello como fieras, da igual en qué condiciones se nos ofrezca. La prueba han sido los test de coronavirus comprados en mal estado, las mascarillas a cincuenta euros por Amazon, el papel higiénico que podíamos comprar a precio de oro, mañana será el trabajo que en las peores condiciones valoraremos como si fuera un absoluto privilegio… No hay mejor manera de controlar a una población que hacerla sentir privilegiada aún cuando sus condiciones reales sean nefastas.
La paradoja del dato es que sólo es información y la información crea histeria o sedación, depende de cuál sea la intención de quien la emite o la recibe. La información de los medios que buscan que sigamos unas normas es la información que empuja al pánico colectivo, por el contrario aquella información que todos queremos encontrar, que buscamos en internet y que necesitamos en estos momentos de angustia, es esa que nos dice que «no es para tanto» y que haciendo una comparativa con cifras de cualquier otro año, nos hacen pensar que la situación no es tan grave ni las pérdidas humanas tan altas, encontrando una porción de alivio y calma.
La información, por lo tanto, es esa necesaria anestesia que todos ansiamos tener cuando nos sobreviene el miedo, cuyo único objetivo es: salir de nuestro estado emocional. Esta es la terrible consecuencia de la información, que NO sirve para hacernos más inteligentes emocionalmente, sino al contrario. La etimología de la palabra «información», «Informare», significa «dar forma a la mente» ¡A la mente, no al corazón!
Esta es la paradoja de la información: Cuando obtenemos información, creamos ideas, pero por desgracia nos deslavamos de emoción. Quizá ésta es la razón por la que en una época en la que pemanentemente se habla de «inteligencia emocional», la empatía brilla por su ausencia. Quizá porque no nos estamos haciendo las preguntas adecuadas, aquellas que Becquer se hacía:
«Al ver mis horas de fiebre e insomnio lentas pasar, a la orilla de mi lecho, ¿quién se sentará?» «Cuando la trémula mano tienda próximo a espirar, buscando una mano amiga, ¿quién la estrechará?» «Cuando la muerte vidrie de mis ojos el cristal, mis párpados aún abiertos, ¿quién los cerrará?…
Este es el único dato que todos deberíamos tener en cuenta antes de hablar de un modo frívolo: «ninguno». Ninguno de los que han perdido su vida han tenido la oportunidad de ser acompañados dignamente. Ninguno hemos podido ir a despedirlos como ellos merecían y nosotros necesitamos. Ninguno ha recibido los cuidados que se les hubiera podido dar si no hubiera habido semejante situación. Ninguno hemos podido atender a los pacientes como queríamos. Ninguno han tenido a sus seres queridos al pie de su cama. Ninguno hemos podido estrechar su mano. Ninguno…
Ayer una enfermera me decía con impotencia: «Yo no soy enfermera para dejar morir a la gente». Tener que ver morir a un ser humano solo, sin su familia, sin nadie que le de la mano, con protocolos que nos dictan que debemos permanecer junto a ellos el menor tiempo posible para evitar contagios, atrincherados tras guantes y máscaras, nos hace sentir que estamos ante una situación «inhumana». Este es el único dato. A todos estos profesionales que han sufrido esta situación, como ella misma me dijo: «En primera linea de cama» les espera todo un proceso de duelo porque no son héroes, son algo mucho más importante: son seres humanos y ahí, en su humanidad, radica tanto su dolor como su vocación.
Esta pandemia nos ha dejado solos. Hoy estos datos dan una lección a todos aquellos gurús de la psicología que han lanzado con prepotencia y vanidad frases como: «tú eres suficiente», «tienes que poder solo», «la soledad es buena»…. Ante todas estas afirmaciones tengo que reconocer que en algo estoy de acuerdo: la soledad cuando a mí me apetece, cuando me da la gana, ésa soledad es fabulosa, pero yo no le llamaría soledad. Que uno haga y deshaga sin la necesidad de que le lleven de la mano, también es bueno, pero yo no diría que eso es «suficiencia». Por esa razón, ante el sufrimiento de las personas que padecen la «verdadera soledad» debemos ser más humildes y la humildad es esa lección que nos suele dar la experiencia, no la información. La experiencia se adquiere con la vivencia o con la empatía, si es que la tenemos y hasta que no sufrimos una determinada situación, no tenemos verdadero conocimiento de cómo afecta a la emoción el dolor y la pérdida.
En la actualidad, con las nuevas tecnologías hay más mentores, coach y psicólogos que nunca. Todos nos dicen lo fácil que es todo, que ante los problemas debemos ser positivos, que todo nos sirve para algo, que con todo se aprende, que los problemas no los tenemos sino que los creamos, lo que yo llamaría «charlatanes», «psicología de revista»… personas que con demasiada información y poca experiencia en el sufrimiento humano ven el dolor ajeno con una frivolidad pasmosa. En mi sincera opinión solo hay una verdad: «De algo traumático se sale «jodido» y no podremos solos ni se podrá ver jamás como algo positivo», pero además, intentar ver algo así de modo positivo solo nos convertiría en seres sin escrúpulos, verdaderos tiranos emocionales que no mejorarían en nada nuestra especie, charlatanes. Charlatanes, que cuando un ser humano está sufriendo algo traumático, se dedican a decirle que todo sirve para algo, que todo pasa por algo y con semejantes argumentos generan aún más daño a quien ya está roto en mil pedazos.
Esa es la única realidad humana, esa es la única verdad. Este manido discurso de: «hay que ser positivos», «esto nos fortalecerá», «habrá un cambio a mejor en nuestra sociedad», no son más que lametadas anestesiantes para aquellos que, ante el dolor de otro ser humano, tienen que dar una respuesta para no sufrir ante él. El típico: «no te preocupes, no le des vueltas, tú tranquilo», «de todo se sale…», pero disfrazado de una psicología descafeinada, barata, de venta fácil. Porque todos, ante la posibilidad de que algo tan traumático nos pueda tocar, queremos pensar que «la vida es fácil y la solución a nuestros problemas, también lo será», así que compramos el «crecepelo» que se nos vende, considerando que funcionará cuando lleguemos a necesitarlo, pero cuando nos toque en carne propia y probemos con estas estrategias nos convertiremos en unos «ilusos desilusionados» que sabiendo mucha teoría comprobaremos que NO funciona, porque «llegado el momento» el dolor de la pérdida es innevitable.
Ante esta crisis habrá muchos caídos, muchos seres rotos por haber perdido a un ser querido y por ser testigo de cómo han sido estas pérdidas: sin despedida, sin velatorio, sin funeral, sin poder decir a sus familiares lo que todos necesitamos decir.
Por esa razón yo abogo por una porción de empatía, de sentido común, de acompañamiento para quienes han vivido algo que ninguna persona elegiría jamás. Porque ante esta situación no hay ni debemos atrevernos a sugerir, «positivismo» que valga. Saber lo que ocurre no nos hace sentir lo que sienten aquellas personas a las que les ocurre.
Todos sabemos cómo nos sentimos cuando teniendo un profundo dolor en el alma alguien con muy buena intención nos dice cualquier cosa para animarnos. En el tiempo de duelo necesitamos ser acompañados, como en una excursión en el monte, debemos esperar y acompañar en el ritmo a quien no puede ir más rápido de lo que va. Pedir a quien no puede que vaya más rápido es la garantía de tratarle de un modo hiriente y desacertado. Acompañarle y respetar su ritmo es lo único que le podrá ayudar a quien tiene que masticar y digerir todo lo vivido en esta pandemia.
Si todos tuviéramos claro que después de esta situación muchas personas van a sufrir de estrés postraumático, por haber vivido o presenciado una situación inhumana, con síntomas de angustia, ansiedad, trastorno de sueño,… y que cuando alguien lo sufre «todo ha pasado», «todo está bien», «todo está en calma»… ¡todo, salvo su alma! Si todos tuviéramos claro que quienes han estado ahí eran personas y las personas tras las guerras pagamos un precio, por mucho que los demás hayan visto en nosotros una capacidad heroica durante la batalla. Si todos tuviéramos esto claro, algo habría cambiado.
Si, cuando esto pase, fuéramos capaces de acompañarles en su dolor, sin frivolizarlo, sin empujarles para que vayan más rápido, sin hacerles sentir que tienen que estar bien porque los demás lo estamos, entonces y solo entonces habremos aprendido algo de esta situación…
Y sí, ojalá hayamos aprendido….