Se ha profetizado, advertido, anunciado e informado insaciablemente: ¡Llega la crisis!
Y con tal avalancha de advertencias catastróficas, como no podía ser de otro modo, el miedo, la incertidumbre, la angustia y el pánico también nos ha alcanzado. Que nos afecte la crisis es previsible como lo es también nuestra reacción ante ella. Somos una animal social y, como tal, reaccionamos según parámetros bien predeterminados. Alguien, no se sabe muy bien con qué intención gritó a viva voz: ¡Qué viene el lobo! Y tras aquel fatídico instante sin haber comprobado aún si tal lobo llegó o no, todos los pastores se quedaron sin ovejas, ya que éstas presas del pánico, huyeron despavoridas. De igual modo que cualquier ser humano, ante el miedo, se puede precipitar en una acción temeraria también puede quedar absolutamente paralizado. Ante la crisis somos como el niño que se queda bloqueado en la habitación a oscuras, presa de su miedo. Nos cuesta entender que en demasiadas ocasiones el único modo de salir del temor a “la oscuridad” es pasar a través de ella para llegar finalmente al interruptor que nos aguarda al otro lado de la habitación.
La crisis es tanto la causa como la consecuencia de nuestros más profundos temores, pero la solución a nuestros problemas no se alcanzará mientras sigamos atendiendo los efectos y olvidemos las causas de los mismo. Hemos temido, más que nada, quedarnos sin un trabajo remunerado, ser dependientes del sueldo del otro, perder la autosuficiencia económica, perder la seguridad monetaria y el resultado no es otro que ser víctimas de nuestros propios temores. La crisis es la consecuencia de este lobo anunciado que ha generado el terror de algunos que han corrido a “esconder” sus bienes antes de que pudieran ser devorados, y el bloqueo de oros que se han quedado atrapados sin poder sacar sus ovejitas a pastar por su propio temor a lo que pudiera pasar. Dado que no hay mayor motivador para una crisis que la inmovilidad ni mayor provocador de inmovilidad que el miedo, el hecho de hablar obsesivamente de la misma ha potenciado, como no podía ser de otro modo, lo que queríamos evitar: más crisis.
Dicen que no hay mal que por bien no venga, si esto es así, podríamos aplicar la acepción oriental a la palabra crisis como aquella oportunidad de cambio que se nos presenta de modo imprevisto. Oportunidad para reflexionar si nuestra pretendida y ansiada conciliación entre vida personal, familiar y laboral no será una panacea.
El único modo de salir del temor a “la oscuridad” es pasar a través de ella.
Oportunidad para considerar si la supuesta calidad de vida era lo que estábamos consiguiendo cuando teníamos más trabajo del que necesitábamos pero no el suficiente como para sentirnos seguros. Oportunidad de comprobar si la rutina en la que vivíamos era generadora de un verdadero confort y bienestar o un nuevo modo de esclavitud fruto de un prejuicio social que ha ensalzado el trabajo por encima de todo convirtiéndonos en autómatas, tanto para producir como para consumir los producido. Oportunidad para plantearnos por qué razón nos hemos convertidos en extraños dentro de la propia pareja, ajenos a los problemas y necesidades de los nuestros por mantener un supuesto “nivel de vida” cuyo eje central era el laboral. Es bien sabido que la palabra nivel debe referirse a algo concreto con lo que poder ser comparado o medido y, cuando nos hablaron de alcanzar cierto “nivel de vida” no nos advirtieron de que éste no era otro que el de los más profundos abismos.
Jamás ha habido tanto estrés, ansiedad, depresión e insatisfacción, como tampoco tantos problemas en educación infantil o en las relaciones íntimas. Nuestro ritmo frenético laboral nos dejó sin horarios para ver a nuestra pareja, ni posibilidad de atender las necesidad e nuestros hijos y, de este modo, hemos sido los que buscaron tranquilidad y seguridad en una supuesta estabilidad económica que les arrebató: familia, tiempo, intimidad, descanso, cio y por supuesto, la propia sensación de tranquilidad.
¿Podremos vivir con menos económicamente? ¿Podremos disfrutar de lo que la ausencia de trabajo nos pueda ofrecer? ¿Será esta crisis una oportunidad para el cambio?